La inteligencia artificial (IA) ya es parte fundamental de la vida cotidiana y está transformando de forma acelerada la economía y las estructuras sociales en todo el mundo. Entre 2025 y 2030, los desarrollos tecnológicos serán el principal motor en la creación o desaparición de empleos, advierte el Future of Jobs Report 2025 del Foro Económico Mundial.
El informe proyecta un saldo neto positivo de 92 millones de empleos nuevos a nivel global en los próximos cinco años. Sin embargo, un inquietante análisis a largo plazo del matemático y experto en tecnología Subhash Kak plantea un panorama radicalmente distinto: un colapso civilizatorio para el año 2300.
“El mundo entero podría estar devastado”, declaró Kak en una entrevista con el diario británico The Sun. El académico de la Universidad de Oklahoma y autor de The Age of Artificial Intelligence afirma que, aunque los robots no llegarán a tener consciencia, sustituirán “literalmente todo lo que hacemos”.
Según Kak, esta automatización provocará un efecto colateral menos discutido pero profundamente alarmante: la decisión generalizada de no tener hijos ante la inestabilidad económica, lo que desencadenaría una caída masiva de la población mundial.
Este fenómeno advirtió, ya es perceptible. Europa alcanzó en 2023 su tasa de fertilidad más baja del siglo; Japón registró en 2024 el menor número de nacimientos en 125 años; China acumula tres años de reducción poblacional; y Corea del Sur mantiene una de las tasas más bajas del planeta.
Basado en proyecciones demográficas, Kak estima que para el año 2300 o, a más tardar, 2380, la población mundial podría reducirse a apenas 100 millones de personas, menos del 1.3% de los 8 mil millones actuales. “Las grandes ciudades modernas como Nueva York o Londres estarán abandonadas, serán ‘ciudades fantasmas’”, alertó.
A diferencia del imaginario popular donde las máquinas toman el control por la fuerza, Kak plantea que el colapso humano no será producto de una rebelión tecnológica, sino de un repliegue voluntario. La comodidad inducida por la automatización, combinada con factores económicos y existenciales, desincentivará la reproducción humana.
En su libro, Kak también analiza la carrera global por el dominio de la inteligencia artificial, así como los desafíos éticos y filosóficos que plantea su creciente integración en la vida cotidiana. Si bien reconoce que la IA puede traer beneficios tangibles al reducir el esfuerzo en tareas diarias, advierte que su ubicuidad podría acelerar un “colapso de las instituciones sociales y políticas” y una desconexión profunda con la naturaleza.
La advertencia de Kak suma una nueva voz al debate sobre el futuro de la humanidad en la era de la inteligencia artificial, y plantea una pregunta inquietante: ¿estamos construyendo un mundo más fácil de habitar… o uno en el que ya no querremos vivir?