Si en los últimos meses has visto en redes sociales imágenes sorprendentes —como el ya célebre Camarón Jesús o la niña abrazando a un perro durante una inundación— probablemente te hayas encontrado con un nuevo fenómeno: la basura de IA. Se trata de contenido de baja o mediana calidad, generado con herramientas de inteligencia artificial y producido de forma rápida, barata y sin consideración por la precisión ni la veracidad.
Este tipo de material se multiplica en video, imágenes, audio y texto; a menudo combina todos estos formatos. Su objetivo no es informar, sino captar atención. Y lo logran: desplazan publicaciones más útiles y saturan las redes con contenido visualmente llamativo pero engañoso o irrelevante.
IA desorganizada, plataformas saturadas
La expansión de la llamada “desorganización de la IA” ha acelerado el problema. Un análisis de The Guardian publicado en julio de 2025 reveló que nueve de los 100 canales de YouTube con mayor crecimiento están dominados por contenido generado por IA. Entre ellos figuran ejemplos tan extravagantes como “fútbol zombi” o telenovelas protagonizadas por gatos.
El fenómeno no se limita al video. En Spotify circula The Velvet Sundown, una supuesta banda con historia inventada y canciones generadas con algoritmos. Su presencia demuestra lo fácil que es llenar plataformas de contenido artificial lo suficientemente pulido para atraer a miles de oyentes.
En el terreno editorial, publicaciones como Clarkesworld, una revista digital de ciencia ficción, tuvieron que dejar de aceptar envíos en 2024 tras recibir una avalancha de textos generados por IA. Incluso Wikipedia enfrenta dificultades para filtrar artículos de baja calidad creados por inteligencia artificial, sobrecargando los procesos de moderación y poniendo en riesgo la fiabilidad de una de las fuentes de consulta más utilizadas del mundo.
Cuando la basura de IA se vuelve peligrosa
El problema va más allá de lo molesto o lo superficial. La basura generada por IA alimenta la desinformación. Durante el huracán Helene, opositores del presidente Joe Biden difundieron imágenes falsas de un niño desplazado con un cachorro para criticar la respuesta gubernamental. Aunque la naturaleza artificial de las imágenes era evidente, su circulación sirvió para manipular percepciones y reforzar narrativas engañosas.
Además, el auge de este contenido perjudica directamente a los creadores reales. Al no ser reconocida como material de baja calidad por los algoritmos de recomendación, la basura de IA desplaza trabajos auténticos, provocando pérdidas económicas y reduciendo la visibilidad de artistas, escritores y músicos que antes dependían de estas plataformas.
¿Qué pueden hacer los usuarios?
Algunas plataformas permiten marcar contenido problemático o añadir notas de la comunidad para contextualizar material engañoso. También es posible denunciar publicaciones dañinas cuando estén habilitados los mecanismos de reporte.
Sin embargo, la responsabilidad mayor recae en la educación digital del usuario: ser consciente de la proliferación de deepfakes, evaluar la autenticidad de cuentas y desconfiar de contenido demasiado extraordinario para ser real.
La basura de IA llegó para quedarse —y aunque su nombre suene divertido, su impacto no lo es—. El desafío ahora es evitar que estos desechos digitales deterioren aún más la calidad del entorno mediático del que todos dependemos.