Un estudio internacional publicado este lunes en la revista Journal of Human Development and Capabilities reveló que los jóvenes que recibieron su primer teléfono inteligente a los 12 años o antes presentan mayores probabilidades de desarrollar pensamientos suicidas, comportamientos agresivos, desapego de la realidad y baja autoestima.
La investigación, encabezada por Sapien Labs y basada en más de 100 mil adultos jóvenes de entre 18 y 24 años, forma parte del Global Mind Project, la mayor base de datos mundial sobre bienestar mental. Los hallazgos apuntan a que el acceso temprano a redes sociales puede desencadenar serios problemas en la salud mental no tradicional, los cuales podrían pasar desapercibidos con los métodos de diagnóstico convencionales.
“Los síntomas detectados, como la agresividad, el desapego de la realidad y las ideas suicidas, no son los tradicionales como la ansiedad o la depresión, y pueden tener consecuencias sociales importantes si su prevalencia sigue en aumento entre las nuevas generaciones”, advirtió Tara Thiagarajan, neurocientífica y directora científica de Sapien Labs.
El estudio también vincula estos efectos con el incremento de casos de ciberacoso, trastornos del sueño y el deterioro de las relaciones familiares en la adultez.
Ante este panorama, los autores del informe instaron a los gobiernos a establecer regulaciones que impidan el uso de smartphones antes de los 13 años, tomando como ejemplo las políticas restrictivas aplicadas al alcohol y el tabaco. También recomendaron fomentar la alfabetización digital desde edades tempranas y exigir mayor rendición de cuentas a las empresas tecnológicas.
En consonancia con estas preocupaciones, una encuesta reciente del Pew Research Center reveló que el 74% de los adultos en Estados Unidos apoya la prohibición del uso de celulares en las aulas de secundaria y preparatoria, porcentaje que ha aumentado respecto al 68% registrado en el otoño pasado.
El debate sobre la salud mental juvenil y el impacto de la tecnología en la infancia se intensifica, mientras padres, educadores y legisladores buscan respuestas ante una generación cada vez más conectada, pero también más vulnerable.