La Antártida está viviendo una nueva realidad. Contaminantes del turismo en la Antártida, junto con actividades científicas, están dejando una huella preocupante. Un estudio publicado en Nature Sustainability revela que los metales pesados han aumentado significativamente en las zonas visitadas de la península Antártica.
En las últimas décadas, el turismo en esta región ha crecido de manera alarmante. De solo 20 mil turistas hace dos décadas, el número se ha disparado a 120 mil, según la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO). Este incremento humano genera preocupación por la contaminación de combustibles fósiles de embarcaciones y aviones.
El científico Raúl Cordero, de la Universidad de Groningen, destacó que las partículas contaminantes aceleran el derretimiento de la nieve. «La nieve se derrite más rápido en la Antártida debido a estas partículas», explicó en una entrevista. Un solo turista podría acelerar el derretimiento de hasta 100 toneladas de nieve.
Un equipo internacional recorrió más de 2 mil kilómetros en la Antártida durante cuatro años, midiendo la presencia de metales como cromo, níquel, cobre, zinc y plomo. Las expediciones científicas también contribuyen significativamente al problema, según el estudio.
Aunque existen avances en la protección, como la prohibición de fuelóleo pesado, es crucial acelerar la transición energética. El reporte subraya la necesidad de minimizar los combustibles fósiles cerca de lugares sensibles.
El calentamiento global agrava la situación. La NASA indica que desde 2002, la Antártida pierde 135 mil millones de toneladas de nieve y hielo cada año. Sin duda, la preservación del continente blanco requiere una acción urgente y coordinada.