Desde un modesto hogar en Ecatepec hasta dirigir su propio laboratorio en el Instituto Médico Howard Hughes de Estados Unidos, el biólogo mexicano Alejandro Aguilera Castrejón está protagonizando una de las investigaciones más disruptivas del siglo XXI: el crecimiento de embriones de mamíferos sin necesidad de un útero materno, mediante un proceso conocido como ectogénesis.
A sus 33 años, este científico formado en la UNAM y doctorado en el Instituto Weizmann de Israel, ha logrado lo que parecía impensable: mantener embriones de ratón con vida fuera del cuerpo materno durante 12 días, tiempo suficiente para que desarrollen estructuras clave como la cabeza y la cola. Su investigación, publicada en la prestigiosa revista Nature en 2021, se basa en un sistema de cultivo ex utero que emplea medios hechos a partir de sueros humanos y de roedor, condiciones óptimas de temperatura, oxigenación y presión controlada.
«Quiero entender si un embrión puede desarrollarse completamente sin las señales de una madre», afirma Aguilera Castrejón. Aunque reconoce que quizás haya factores aún desconocidos que sólo una madre puede proveer, sostiene que si se logran identificar y replicar esas señales, «sería posible desarrollar un sistema completamente in vitro».
Más allá del asombro científico, el objetivo es claro: comprender cómo se forman los órganos en las primeras etapas del desarrollo para aplicar ese conocimiento en medicina regenerativa. “Una vez que sabes cómo se forman los órganos, puedes usar ese conocimiento para crear órganos funcionales a partir de células madre”, explica.
El investigador mexicano participará el 25 de junio en el simposio El don de la vida y la ciencia moderna, en la Universidad Pontificia de México, donde expondrá el potencial de estas tecnologías para tratar enfermedades congénitas y generar nuevos paradigmas biomédicos. Pero también enfatiza la necesidad de que la ciencia dialogue con la sociedad: “Lo que hacemos es para beneficio de la humanidad”, asegura.
Aguilera Castrejón reconoce que su trayectoria científica fue poco convencional. Hijo de un tapicero y una costurera, y el menor de siete hermanos, llegó a la Facultad de Ciencias de la UNAM sin tener claro qué hace un biólogo. “Mi mamá pensaba que estudiaba psicología”, recuerda con humor. Lo que inició como un interés por los animales lo llevó a convertirse en el primer mexicano en encabezar un laboratorio en el HHMI, y a ser reconocido por la MIT Technology Review como uno de los “Innovators under 35”.
Aunque le gustaría volver a México, lamenta que las condiciones para la investigación científica en el país no permitan desarrollar proyectos como el suyo. “Lo que hago sería imposible de hacer en México. En EE.UU., la ciencia se ve como inversión, no como gasto”, señala.
Su paso por Israel durante la guerra entre ese país y Hamás en 2023 lo marcó, aunque asegura que se sentía más seguro en Jerusalén que en Ecatepec. Hoy, en medio del auge del discurso antimigrante en EE.UU. y los recortes a la ciencia promovidos por Donald Trump, enfrenta otro tipo de incertidumbre. Aun así, mantiene la convicción de que la ciencia puede ser un camino hacia un mundo mejor, y trabaja todos los días para demostrarlo.