El presidente ruso Vladímir Putin promulgó el sábado una ley que prohíbe a ciudadanos de países donde la transición de género es legal adoptar niños rusos. Además, aprobó una legislación que restringe la difusión de mensajes que desincentiven la procreación, en una nueva ofensiva en favor de los valores tradicionales promovidos por el Kremlin.
La ley, impulsada por Vyacheslav Volodin, presidente de la Duma Estatal, busca «proteger» a los niños adoptados de posibles riesgos relacionados con la reasignación de género en sus países de destino. Esta medida se suma a la prohibición ya existente desde 2012 que impide a estadounidenses adoptar niños rusos. Ahora afectará a al menos 15 países europeos, además de Australia, Argentina y Canadá.
Multas contra la propaganda de «no tener hijos»
Otra de las leyes aprobadas impone sanciones de hasta 5 millones de rublos (aproximadamente 50,000 dólares) para quienes promuevan públicamente la idea de permanecer sin hijos. Según las autoridades rusas, esta narrativa forma parte de un supuesto complot occidental destinado a debilitar a Rusia al fomentar el declive poblacional.
Putin ha reiterado la importancia de defender los «valores tradicionales» frente al liberalismo occidental, llamando a las familias rusas a tener más hijos como respuesta al decrecimiento demográfico que enfrenta el país.
Restricciones a la comunidad LGBTQ+ y control sobre la sociedad civil
Estas nuevas leyes amplían las restricciones contra las minorías sexuales en Rusia, que han incluido la prohibición de procedimientos médicos de reasignación de género y la declaración del movimiento LGBTQ+ como extremista. En 2022, también se vetó la difusión de contenido relacionado con la comunidad LGBTQ+ a personas de todas las edades.
Desde el inicio del conflicto en Ucrania en 2022, el gobierno ruso ha intensificado su control sobre los medios, activistas y figuras opositoras. Muchos han sido designados como “agentes extranjeros”, una etiqueta que los expone a un mayor escrutinio gubernamental y connotaciones negativas en la opinión pública.
Estas medidas refuerzan el discurso del Kremlin que presenta a Occidente como una amenaza “satánica” para los valores tradicionales y la estabilidad social de Rusia.